En la pequeña habitación, solo el sonido del ordenador sonaba. Esta repetición pese a ser silenciosa llenaba toda la habitación, y el calor que producirá el motor la acompañaba.
Este era él signo de que la máquina estaba encendida.
Este era el símbolo de que la máquina estaba viva.
Llenándolo esto todo, mi propia existencia parecía derretirse y fundirse con esta.
Desapareciendo en el latir de vida de la máquina.
Mi mente, se había adaptando a su ritmo. Quizás hasta tal punto que era difícil distinguir entre la máquina y la persona que la controlaba.
En primer lugar hacía tiempo que ya no controlaba la máquina, si no que simplemente me dejaba llevar.
En profundas madrigueras, ocultas dentro de un mar digital.
Un mar de mentiras.
Creadas por manos humanas.
Eso es internet, y de cierta manera; eso es el mundo de los adultos.
¿Dónde quedaron los sueños de la infancia, ahora mentiras escapistas?
¿Dónde quedó, por ejemplo, aquella dura erección al ver una revista erótica rota y llena de barro que había sido arrastrada por el viento a lo profundo del bosque?
Ahora golpeo mi pene mientras que cientas imágenes de mujeres desnudas pasan ante mis ojos.
Cuando llego al clímax, el ordenador sigue su repetido latir, mostrándome que en el mundo; nada ha cambiado.
Una lágrima cae de mis ojos, lo único que sigue siendo parte de mi es mi tristeza.
Pero.
Un día esa lágrima es recogida por una gentil mano.
El sonido del ventilador del ordenador ha desaparecido, no porque se haya apagado, si no porque el corazón en mi pecho late con más fuerza.
Es un sueño, quizás un recuerdo nostálgico.
Una chica de cabellos dorados, con un vestido azul y blanco ha salido de la pantalla.
Y me abraza.
Y me besa.
Cuando llego al clímax... oh, parece ser que el mundo...
Quizás, simplemente quizás.
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